Escándalo en el Congreso: Pedro Sánchez lanza una amenaza directa a Santiago Abascal en un debate que se tornó explosivo. La tensión alcanzó su punto máximo cuando el presidente, visiblemente nervioso y acorralado por las críticas, adoptó un tono autoritario y agresivo, desatando la indignación de los presentes. En una advertencia que sonó más a ultimátum que a un intercambio democrático, Sánchez intentó intimidar a Abascal, acusándolo de tener un “plan oculto” y de amenazar derechos fundamentales como el de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo.
El ambiente en el Congreso se tornó enrarecido, con un silencio cómplice que dejó claro que la oposición no iba a tolerar estas tácticas de amedrentamiento. La respuesta de Abascal fue contundente y directa, desmantelando las falacias de Sánchez y recordándole que sus políticas han llevado a España a una situación insostenible, marcada por la corrupción y la falta de respeto a la democracia.
Mientras Sánchez se presentaba como un líder preocupado por la seguridad y la defensa, Abascal lo acusaba de ser cómplice de la debilidad frente a potencias como China y de haber desmantelado la industria española. La reacción del presidente, lejos de ser la de un estadista, fue la de un político acorralado que recurre al insulto y al chantaje.
La escena en el Congreso fue un claro reflejo del descontento popular. Los aplausos automáticos de los diputados del PSOE contrastaron con la creciente frustración de la ciudadanía, que ve cómo su gobierno se tambalea ante la presión de la oposición y la indignación en las calles. Este episodio no es solo un rifirrafe parlamentario; es la evidencia de un presidente que ha cruzado límites peligrosos y que se aferra al poder mientras el pueblo se aleja de él. La pregunta que queda en el aire es: ¿hasta dónde llegará Sánchez en su intento por silenciar a quienes lo desafían?
