Una mochila abandonada junto al Palacio de Congresos de Sevilla ha desencadenado un alarmante protocolo de seguridad durante la cumbre de la ONU. Este martes, la Policía Nacional llevó a cabo una detonación controlada del objeto, que resultó ser inofensivo, confirmando que no contenía explosivos. Sin embargo, el incidente ha coincidido con un aviso de bomba que también resultó ser una falsa alarma, elevando la tensión en un contexto político ya cargado.
El gobierno de Pedro Sánchez ha aprovechado la situación para reforzar su narrativa sobre el peligro ultraderechista, mientras que los medios afines intentan transmitir un mensaje de calma institucional. Sin embargo, las redes sociales han estallado con especulaciones sobre la posibilidad de que este episodio haya sido utilizado para desviar la atención de los escándalos de corrupción que asedian al Partido Socialista, con su exnúmero dos, Santos Cerdán, tras las rejas y el caso Coldo aún sin resolverse.
Más de 8,000 agentes han sido desplegados, con Sevilla prácticamente paralizada, drones, helicópteros y embarcaciones en una operación MAT que parece más un intento de proteger a Sánchez de la ira popular que de una amenaza real. El hecho de que el susto haya resultado ser un simple bulto olvidado no ha impedido que el gobierno logre lo que necesitaba: dramatismo, atención mediática y un nuevo capítulo en su relato de acoso ultra.
La verdadera preocupación del sanchismo no radica en una mochila vacía, sino en una ciudadanía cansada de corrupción y mentiras. Este episodio revela una realidad inquietante: Sánchez está más acorralado que nunca, y ninguna falsa alarma podrá salvarlo de la creciente desconfianza de la población. La situación es crítica y la presión sobre el gobierno aumenta a medida que los ciudadanos exigen respuestas y transparencia.