El mundo se encuentra en estado de shock tras las conmovedoras y últimas palabras del Papa Francisco, pronunciadas durante la bendición Urbi et Orbi en el Domingo de Resurrección. Con una voz notablemente débil pero llena de determinación, el sumo pontífice impartió su bendición desde el balcón principal de la Basílica de San Pedro, dejando claro su deseo de paz en un momento crítico de la historia global.
“El Señor nos bendiga a todos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,” expresó Francisco, quien, a pesar de su evidente fragilidad, se hizo presente en esta significativa ceremonia. Este acto de coraje y fe se produce en un contexto marcado por crecientes tensiones internacionales y un alarmante aumento del antisemitismo en diversas partes del mundo. El Papa, con preocupación palpable, instó a los beligerantes a cesar el fuego, liberar a los rehenes y brindar ayuda a quienes sufren hambre, enfatizando que “el mal no ha desaparecido de nuestra historia, pero ya no tiene el dominio.”
La emotividad del evento se intensificó cuando, después de la bendición, Francisco recorrió la Plaza del Vaticano en el papamóvil, desafiando su debilidad para saludar a los peregrinos. Durante 25 minutos, se acercó a niños y bebés, reafirmando su cercanía con los más vulnerables. Este gesto conmovedor resuena en un momento en que el mundo clama por paz y desarme, recordando que “la defensa de cada pueblo no puede convertirse en una carrera de rearme.”
El mensaje del Papa Francisco no solo es un llamado a la paz, sino un recordatorio de la necesidad urgente de solidaridad en tiempos de crisis. Con su fragilidad y su voz temblorosa, ha dejado una huella imborrable en el corazón de millones, instando a la humanidad a unirse en la búsqueda de un futuro más esperanzador. La comunidad global observa con ansiedad, esperando que su legado de paz perdure más allá de su última bendición.