En un oscuro giro del destino, la década de 1970 se ha visto marcada por la trágica y misteriosa muerte de 13 icónicas figuras del cine mexicano. Desde la brillante Gloria Castillo, quien falleció a los 45 años tras una batalla contra un raro cáncer, hasta el legendario director Julio Bracho, cuya vida se apagó en medio de la censura y la depresión, el cine de oro ha vivido un verdadero desfile de sepelios que han dejado huellas imborrables en la memoria colectiva.
Cada fallecimiento, un golpe devastador que resonó en los camerinos y los corazones de sus seguidores, ha sido rodeado de circunstancias inquietantes. La muerte de Ema Roldán, conocida por su carisma, fue tan sorpresiva que desató un pánico colectivo en el medio artístico, mientras que la trágica caída de Jacaranda Fernández, a los 24 años, permanece envuelta en misterio y especulación.
La lista de pérdidas no termina ahí. Paco Malgjesto, pionero de la televisión, murió de un infarto en un contexto escalofriante, mientras que Fernando Soto “Mantequilla” dejó un vacío imposible de llenar tras su fallecimiento por complicaciones diabéticas. Las tragedias personales y extrañas coincidencias han sembrado dudas sobre si estas muertes son meras fatalidades o parte de una oscura conspiración que acechaba a la industria.
La conexión entre estos decesos, marcada por la tristeza y el caos, ha llevado a muchos a cuestionar la naturaleza de la fama y el precio que se paga por la gloria. Cada figura, desde el cómico Gordo Alvarado hasta la aclamada Celia Viveros, ha dejado un legado que perdura en la cultura mexicana, pero las sombras que rodearon su partida han hecho que sus historias sean aún más trágicas.
A medida que el cine mexicano sigue evolucionando, el eco de estas pérdidas resuena en cada rincón de la industria, recordándonos que la vida y la muerte de estas estrellas están intrínsecamente ligadas, como un hilo invisible que une el brillo del celuloide con la penumbra del destino.