Los gritos desgarradores de Diogo Jota y su hermano André resonarán para siempre en la memoria colectiva tras el trágico accidente que les costó la vida en la A52. Testigos afirman que no murieron instantáneamente; en cambio, sus voces clamaron por ayuda entre las llamas, mientras un Lamborghini Urus negro se convertía en su ataúd ardiente. La madrugada del desastre, Diogo, que había optado por viajar por tierra debido a una reciente cirugía, no imaginó que su decisión lo llevaría a un infierno.
A las 12:40 del mediodía, el camionero Martín Castaño escuchó el desgarrador sonido de un neumático reventando a más de 140 km/h, seguido de un golpe sordo. Al llegar al lugar, vio el coche destrozado y a los hermanos pidiendo auxilio desde el interior, atrapados en un fuego voraz. “¡Ayúdame, hermano, no puedo salir!”, gritaban, mientras los testigos intentaban romper los cristales blindados sin éxito. Las llamas devoraron el vehículo antes de que llegaran los bomberos, quienes, según los informes, tardaron más de 20 minutos en llegar.
Las versiones oficiales hablan de un accidente mecánico, pero los que escucharon los gritos no se conforman. La caja negra del Lamborghini se reinició justo después del impacto, y el celular de Diogo nunca apareció. Los rumores de una posible persecución y un coche negro sin placas que los seguía han encendido la especulación. ¿Fue un accidente o un acto deliberado? La curva donde ocurrió la tragedia ha sido rebautizada como la “curva del grito”, y cada noche, los camioneros aseguran escuchar ecos de desesperación.
Mientras la familia de Diogo guarda silencio, la indignación crece entre los aficionados y la comunidad. Se han encendido velas y dejado flores en el lugar del accidente, clamando por justicia. “No murieron al instante; estaban vivos, gritaban”, repite Martín, quien se ha convertido en la voz de una verdad que muchos intentan silenciar. La historia de Diogo Jota y su hermano no ha terminado; su legado vive en cada pregunta sin respuesta que arde en el aire.